lunes, 5 de diciembre de 2016

La llave

La distancia es un invento, un pretexto de los que no quieren o no saben quedarse (y por «quedarse» quiero decir «estar»). Si somos francos, lo más lejos que puede estar una persona es un boleto de autobús, de tren o de avión y todo eso, se soluciona de muchas maneras.

«No existe la distancia cuando hay voluntad». La gente que entiende esto sabe que no hay razón para preocuparse por unos cuántos kilómetros, por un par de horas de ausencia o por unos cuántos minutos de silencio.

Supe el oscuro y profundo secreto de la distancia cuando vivía en la misma ciudad que una chica a la que amaba y a la que no podía visitar ni llamar nunca. Ahí lo entendí todo. Supe que la excusa que nos venden los que se justifican con la distancia es igual de burda que las promesas de los políticos y de los religiosos.

No se preocupe por la distancia, al menos de este lado, las ganas y la intención no faltan. Desde aquella vez que la abracé como si no hubiera un mañana le entregué las llaves de este pequeño departamento en recontrucción que soy.

Pase.

Siempre es bienvenida.

Que acá donde yo, no le faltará lo básico: casa (un corazón), comida (besos) y abrigo (abrazos). Todo sazonado con la libertad necesaria para que vaya y venga como sea su voluntad, porque acá, lo que más importa, es la fogata de su sonrisa llenándolo todo de luz y de calor.

No estoy, no está, no estamos lejos. Arrímese.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Entre líneas

Realmente me parece que si lees entre líneas y con cuidado, te darás cuenta que tu nombre está en todas las cosas que escribo, en las cosas que hago, en las cosas que digo. Salvando todas las distancias, tu nombre es como el polvo que lo cubre todo y que, por más que se limpia, siempre vuelve a cubrir con su cortina todo lo que tenga superficie suficiente.

En serio, a veces soy un poquito más cobarde, y te diré que no es que yo quiera nombrarte a propósito, es que tu nombre ya está ahí mucho antes de que yo lo escriba, lo haga o lo diga.

Ganas de decirlo no me faltan: tu nombre respira, tiene pulso, vida propia, es capaz de moverse por todos lados y no levantar sospechas de sus verdaderas intenciones. Se camufla a voluntad y acecha peligrosamente en todos los silencios (incómodos y no). Tu nombre muerde y deja marca en el cuello, como los vampiros. Tu nombre aprieta la garganta y corta la respiración, deja moretones, provoca ansiedades que ningún medicamento puede controlar.

Imperioso —y antes que la cordura tome los controles— hay que aprovechar el jalón y escribir cuanto se pueda (y se deje) sobre tu nombre y sus desembocaduras, sus rutas, sus puertas de salida, sus ventanas, sus chimeneas, sus túneles de escape, sus llaves ocultas bajo el tapete de la entrada, sus paredes. Escribir como si fueras a leer; y a sonreír por haber leído.

No rápido sino lento, como cuando se aprende a caminar, es como debe saborearse tu nombre para que su sabor llegue derechito hasta el paladar. Lento, como un danzón de jardincito dominical y terceras edades.

Ahora imagínate nomás lo que seria que, leyendo, te encontraras. Aunque tampoco es para tanto, ya que siempre habrá árboles que quieran traer tu nombre de tatuaje.

lunes, 2 de febrero de 2015

Quererte como quieres

Me gustaría quererte como quieres: con sus pausas y sus pasos, con su despedida intermitente, con su pirotecnia individual, con su respaldo en disco duro, con su silencio, con sus «te amo» unilaterales, con su indecisión, con su miedo.

Pero te quiero como sé, como siento, como aprendí, como lo he venido haciendo desde que te quise: con todo lo que soy en las manos, con la intensidad de explotar y mancharlo todo, con hambre, con sed, con su golpe de bugambilias en las pupilas, con un para siempre entre nosotros.

Me gustaría quererte como quieres.

Me gustaría.

domingo, 29 de junio de 2014

Bajo la piedra de río

Ya son tres los cigarrillos que han dado la vida por esta idea que estoy buscando aterrizar. Hablar de que vuelves, de que la espera terminó, de que el naufragio no fue más que un mar abierto que amainó con el amanecer. Afuera, la noche hace ruidos de ciudad adormecida. Adentro, la sangre que bombea por la carretera de mis venas a paso de Mustang 67.

Vuelves y me cimbras el destino, me adormeces el pasado, descongelas los latidos que, sin ti, se han vuelto compases arrítmicos y desfasados de este baterista amateur de Funk que es mi corazón cuando tu nombre.

Lo bueno fue que me dediqué a ordenar la casa, la vida y el semblante. Quería que me vieras mejor que cuando te fuiste. Seguí vivo y viviendo. Pude darme cuenta de que las tristezas ya no me duran como antes. Toqué fondo y salí a la superficie el mismo día. Me descubrí siendo una versión mejorada del que fui cuando creí que no podía ser mejor.

Me gusta esta cotidianidad de lo nuestro, a veces tan Buster Keaton y otras tantas tan Robert De Niro. Me gusta que se nos vean las costuras porque así sabemos de qué estamos hechos y qué es lo que traemos por dentro.

No lo olvides: la llave de la puerta sigue estando oculta bajo la piedra de río que está en la macetita de la entrada.

domingo, 8 de junio de 2014

Círculos viciosos

El golpeteo incesante de las puertas que no cierran del todo bien. El aire frío de las ventanas entreabiertas. La soledad que se expande como una explosión de dinamita dentro de un cuartito de dos por dos. La impaciencia que cronometra los cabizbajeos. El amor que se acumula pero no se mueve. Los estruendos que el hubiera deja zumbando en los oídos.

Todo esto es algo de con lo que tenemos plagada la cabeza los tipos que nos sorprendemos en el deja vú de algunos caminos, de algunas circunstancias, de algunos momentos.

Sentimos el desgaste de la suela del zapato. Vamos mirando a todos lados y mirando nada al mismo tiempo. Nos estorban los pensamientos optimistas porque conocemos el sabor a pavimento que tiene el fracaso inminente al que nos dirigimos. No andamos en círculos, nosotros somos el círculo por sí mismo.

¿Hay oportunidad de romper el círculo? Solo si queremos rompernos con él.


viernes, 6 de junio de 2014

Medias tintas

Dentro de la extensa gama de colores que tiene la diplomacia de la interlocución interpersonal, considero que el gris es la más triste de todas las tonalidades que puede alcanzar. Vivir en ese constante cambio de caminos en el que un pie pisa un sentido y el otro pie pisa otro, totalmente distinto, me parece una de las maneras más arbitrarias e injustificadas de justificarse.

Decidir o no hacerlo (que es por sí mismo una decisión) es el pan de cada día de esta gente que viene a retumbar con sus bolsillos tan faltos de certezas el suelo de los que vamos y venimos arrastrando las consecuencias de nuestras decisiones a cuestas.
Les parece sencillo llegar y desbaratar los montoncitos de arena a los que hemos ido dando forma con el tiempo y con las ganas, con paciencia y sin estruendo. Se les hace fácil desvencijar una maquinaria que por sí sola viene funcionando y que no precisa más gota de aceite que la intención de hacer algo.

Soy más de la idea de que las cosas se digan en blanco o en negro; que lo que es, sea y lo que no, no. No hay porqué vivir entreabriendo (o entrecerrando, según sea el caso) puertas que no tienen ninguna razón de estar entreabiertas (o entrecerradas). Hay que abrir y ventilar o cerrar y clausurar. Es sencillo.

El gris es una falta total de compromiso con uno mismo y con los demás. Es una carencia de respeto. Es duda. De eso estoy segurísimo; y la duda es un asesino serial, despiadado y presuroso, que gusta de matar expectativas inocentes y recién nacidas. La duda llega y se da como la mala hierba, plaga todo lo que alcanza a tocar con la punta de sus dedos grisáceos y polvosos. Transforma las flores en alacranes con alas.

Por eso hay que contar lo que sucede como sucedió. Hay que romper en mil pedazos los espejuelos de la personalización. Hay que escribir la vida con las tintas completas, no con las medias; porque si vivir es decidir, decidir es pasar en limpio el borrador de lo que ha sido una duda que decantó en consecuencia.

jueves, 5 de junio de 2014

Escribimos

Escribimos sobre lo que nos duele, como si con ello los dolores amainaran o, cuando menos, jugaran al escondite y se hicieran menos perceptibles a primera mano.
Escribimos sobre nuestros fantasmas para ver si viéndolos de frente nos asustan menos.
Escribimos sobre los amores que no tenemos para eternizarlos en ese instante que dura la pluma (o el procesador de texto) trazando sus nombres, sus características, sus calificativos.
Escribimos sobre el mundo para ver si alcanzamos a entenderlo tanto como decimos que lo hacemos. Escribimos sobre la muerte para que a la vida le den un poquito de celos y decida quedarse otro ratito.
Escribimos sobre la ausencia para acercarnos.
Escribimos sobre la guerra y sobre la paz, sobre la violencia y sobre la tranquilidad, sobre las lágrimas y las sonrisas.
Escribimos sobre las espaldas de las gentes que no nos miran.
Escribimos sobre los destierros, los exilios y sus fronteras.

Escribimos.

(Que quede claro que todo lo anterior, no son temas sobre los que se escriba: son superficies).